La pandemia es paradójica. Nos tiene en la lona, que es lugar muy incómodo, pero uno muy bueno para la reflexión y la creatividad. Es indudable que las ciencias biomédicas nunca habían sufrido un empujón como el actual, por ejemplo. Es asombrosa la celeridad para desarrollar tantas posibilidades de vacunación, en un tiempo insólito por breve. Y no es el único caso.
La pedagogía y la tecnología también viven una situación crítica, donde crisis es el traslape de problemas y oportunidades. Lo experimentado bajo la educación de emergencia deja claro que los modelos educativos de todos los países jamás regresarán a lo tradicional. Han recibido una certera y fuerte patada en el trasero, una muy dolorosa pero también sumamente afortunada, ya que ir hacia adelante es la única opción.
Sin ese impulso, recibido como coz de mula, no hubiéramos atendido la antigua y urgente necesidad de actualizar los sistemas educativos con lo mejor de la tecnología de nuestra era: las redes digitales y sus máquinas. Desde hace mucho nuestros estudiantes viven conectados, sin la participación de sus escuelas y docentes. Esta razón bastaba y sobraba para transformar las actividades dentro de las aulas, pero los estudiantes siempre han estado del otro lado del poder de decisión.
La pandemia ha traído bajo el brazo la torta de la innovación educativa; debemos atenderla, será nutritiva. Así lo expresa desde junio de 2020 el Asian Journal of Distance Education, en su artículo “A global outlook to the interruption of education due to COVID-19 Pandemic: Navigating in a time of uncertainty and crisis”, de Aras Bozkurt, Insung Jung, Franck Xiao y Viviane Vladimirschi. Estos autores se dieron a la tarea de recabar las experiencias de educadores en 31 países. Sus reflexiones, ya desde el principio de la crisis, son iluminadoras.
En primer lugar, concluyen que es necesario diferenciar la educación de emergencia de la educación a distancia o virtual. No es lo mismo hacer lo que se puede con lo que se tiene que implementar un sistema educativo robusto, bien planeado, operado, evaluado y tecnificado. El riesgo es el de un tipo funesto de vacuna, la del rechazo insensato por incomprensión a un tipo de entrega que no solo es indispensable frente a la distancia y el aislamiento, sino que además ofrece enormes ventajas pedagógicas y una invaluable sintonía con la juventud.
Además, los autores advierten que la educación de emergencia ha acentuado tremendamente la ya insultante inequidad social, en la que los estudiantes que ya estaban marginados quedan aún más excluidos. La falta de equipo de cómputo, de telefonía celular o de acceso a internet rápido y eficiente traza una línea divisoria muy perniciosa, una que traiciona la misión equilibradora de la educación.
Quizá lo más interesante de este artículo es su preocupación por el bienestar de estudiantes y docentes. Todos los países investigados reportan el malestar existencial y la ansiedad que han generado el aislamiento y la distancia social de la pandemia. No dudan en recomendar, más bien en urgir, a todos los sistemas educativos del mundo a transitar pronto hacia una pedagogía del cuidado. En esta crisis lo más importante no es aprender datos ni teorías, sino a sobrevivir mediante el cultivo del afecto y la empatía. Como maestra, la pandemia enseña compasión y solidaridad.
Durante la educación de emergencia recuperemos las enseñanzas de la filósofa norteamericana Nel Noddings y del educador brasileño Paulo Freire: al educar, debemos mostrar la valentía del cuidado amoroso.
*Maestría en Innovación y Gestión del Aprendizaje, Universidad del Caribe
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