Voces Universitarias | Dra. Carmen L. Cervantes*
Las grandes innovaciones científico-tecnológicas por las que ha atravesado la
humanidad han cambiado radicalmente el mundo en el que vivimos. En la
actualidad nos enfrentamos a un escenario económico que se caracteriza por la
producción de conocimiento y extrema digitalización que propicia la adopción de
nuevos modelos de producción; el surgimiento de nuevas tareas y puestos de
trabajo; y particularmente, la captación de trabajadores especializados y altamente
calificados que estén a la altura de las nuevas exigencias de los mercados
internacionales.
Estas transformaciones productivas y laborales, han sido promovidas desde
finales de la década pasada por países como Estados Unidos, Canadá, Australia,
Finlandia o Nueva Zelanda –líderes en economía del conocimiento– para
aumentar los niveles de productividad y creación de valor en respuesta a los
efectos generados por la Gran Recesión de 2008. La producción de conocimiento
asociado a la ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM por sus siglas
en inglés) se ha convertido en un aspecto central de la economía; es decir, en una
mercancía de alto valor.
Sin embargo, en un mundo donde la distribución de los recursos está marcada por
la extrema desigualdad. La mayoría de las economías desarrolladas presentan
dificultades internas como el envejecimiento de su población y bajos niveles de
formación de capital humano especializado –debido a los altos costos educativos–
que les impide satisfacer sus necesidades productivas, a pesar de contar con el
capital, la infraestructura y tecnología suficientes.
En respuesta a estos problemas estructurales, algunas naciones como Estados
Unidos, han desarrollado estrategias como la creación de programas de captación
de talento global e intercambios académicos, así como la flexibilización de sus
políticas migratorias para mantener su liderazgo tecnológico, ampliar sus
proyectos de economía digital y fortalecer sus sistemas nacionales de innovación.
No obstante, estas estrategias han dado pie al surgimiento de fenómenos como:
brain drain (fuga de cerebros), brain waste (desperdicio de talentos) o brain
circulation (circulación de talentos); presentes particularmente en los países
menos desarrollados.
Generalmente, el origen de estos talentos proviene de países que no han sido
capaces de absorber a estos profesionistas debido a gobiernos que no invierten
en capital humano, ciencia y tecnología; la ausencia de políticas destinadas a la
formación de recursos humanos calificados; la reducción de los presupuestos
destinados a la investigación y desarrollo; la escasez de plazas bien remuneradas;
el escaso apoyo para realizar investigación aplicada y desarrollarse en términos
científicos; los diferenciales salariales; e incluso, factores como la sobrepoblación,
la contaminación, la saturación de servicios o el incremento de los niveles de
inseguridad que terminan por expulsar a los talentos más preciados.
Tal es el caso de México, que se posiciona entre los seis principales países que
más migración calificada aporta a las naciones que pertenecen al G-20, al
presentar un importante rezago en términos de recursos destinados a ciencia,
tecnología e innovación; el desarrollo de proyectos con escaso financiamiento o la
priorización de proyectos de corto plazo condicionados por los ciclos políticos que
no abordan áreas temáticas estratégicas.
*Profesora-Investigadora, Depto. Economía y Negocios, Unicaribe.