Covid educativo: cambiar o cambiar

Covid educativo: cambiar o cambiar

 INNOVacción | Por Eduardo Suárez*

Nuestra situación actual es inédita. Por primera vez en mucho tiempo, la humanidad se siente unida, y el lazo que nos ha juntado es una gruesa trenza, hecha de miedo y anhelo. Es necesario reflexionar a fondo para no dejar pasar este momento crítico: la esperanza debe imperar y ganar la batalla. Sobre todo, en educación.

Ahora las reuniones de los docentes son a distancia, desde sus casas, por medio de plataformas como Zoom, Skype o Meet. El aprendizaje de esta forma de comunicación ha sido monumental: las videoconferencias aumentaron de manera exponencial, igual que el contagio del virus. Las clases, si es que pueden seguir llamándose así, también son a distancia. Los resultados no son buenos, ni podría esperarse que lo fueran. Basta leer el New York Times, en su sección educativa, para percatarse de la preocupación en todo el planeta para recuperar el año educativo perdido: el 2020.

En la premura de la toma de decisiones podemos observar la desesperación. En primer lugar, la recomendación de llevar las clases virtuales por la vía de la videoconferencia, que no solo satura el ancho de banda, sino que además reproduce el peor vicio expositivo de la educación tradicional: un adulto que perora a una pequeña multitud de jóvenes aletargados que no pueden hacer otra cosa que escuchar, si es que lo logran, por las dificultades de la transmisión de imagen y sonido. En segundo, la programación escolar exprés de actividades en línea con grupos enormes, para aminorar el contacto presencial frente a la falta de salones e infraestructura, como si la tecnología tuviera como fin masificar la instrucción para no tener que construir salones. Errores gravísimos, que habrá que reparar.

Las preguntas esenciales en este campo son: ¿qué fue lo que pasó, por qué la contingencia sanitaria agarró tan desprevenido a un sector que enseña sobre tecnología educativa desde hace décadas?, y ¿qué hacer para mantener la actividad formativa actual, frente a las enormes restricciones de aulas y salones exigidas por el coronavirus?

La primera pregunta es un acertijo, que nos deja perplejos. En educación se sabe desde hace muchísimo que el aprendizaje y la instrucción no tienen opción y deben fundamentarse en la tecnología de la época. La nuestra es la de las computadoras. ¿Qué fue, entonces, lo que sucedió? Pues que es muy diferente enseñar algo al estudiantado que suponer que la organización educativa misma lo sabe. En una clase de universidad se puede aprender acerca de derechos humanos y en esa misma institución es posible observar cómo se violentan. En todas las universidades del mundo se dan clases de creatividad, lo que contrasta frecuentemente con la falta de creatividad de la institución que imparte esa clase. Dicho con claridad: las instituciones educativas sufren mucho para aprender. La solución, urgente, consiste en implementar procesos de indagación y aprendizaje organizacionales. Profundos y efectivos, con respeto y aprecio por la diferencia de opiniones.

El segundo cuestionamiento es de una urgencia atroz. Es necesario resolver el problema que ha explotado frente a nuestras caras, la actividad educativa en curso. Pero también hay que cambiar el rumbo, para adaptarse. ¿Hacia dónde hay que dirigirse ahora? Son tres las direcciones a las que debemos apuntar: 1) enriquecer con tecnología toda la actividad presencial en las aulas, mucho más allá del uso de proyectores para presentaciones, 2) comenzar a mezclar la entrega en algunos cursos, con actividad presencial y virtual, lo que liberaría algunos salones, y 3) disponer de cursos virtuales sello, avalados por la institución, los que deben desarrollarse como modelos vivos de lo que los demás docentes deben y pueden hacer por su cuenta. Todo esto afectaría la memoria organizacional de manera positiva y proporcionaría la motivación necesaria para afrontar el reto con éxito.

No está nada difícil la decisión en el campo educativo: o se cambia… o se cambia.


*Maestría en Innovación y Gestión del Aprendizaje, Universidad del Caribe (https://innovaccionaprendizajeyconocimiento.blogspot.com/)

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Covid organizacional, ¿cambiar o conservar?

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InnovACCIÓN | Por Eduardo Suárez*

A todos lados donde miro hay cambios, fuertísimos cambios: En un condominio, la reunión de su comité de vigilancia discute las acciones necesarias para el bienestar de todos los residentes, pero lo hacen de pie, en un sitio público, guardando dos metros de distancia y con tapabocas de por medio. En un supermercado, la clientela hace fila afuera del local, de manera ordenada y distanciada, con tapabocas, esperando que le tomen la temperatura con un instrumento láser y así poder entrar a realizar sus compras. La universidad local está vacía y cerrada, mientras lleva a cabo una febril actividad en línea para evitar perder el semestre, situación que llena de ansiedad a no pocos docentes y estudiantes.

Las dudas se agolpan en nuestras mentes y, por qué ser tímidos y no reconocerlo, también en nuestros corazones. Cuando las fases más peligrosas de la pandemia hayan pasado, ¿debemos seguir trabajando en oficinas abarrotadas de personas, ambiente proclive al contagio? ¿Es buena idea seguir escalonando los días de trabajo en casa? ¿El trato con los clientes debe seguir siendo físicamente personal? ¿Cómo debemos afrontar una realidad en la que el cambio disruptivo es la única presencia estable?

En medio de la epidemia, lo más importante es la innovación, porque ya nada será igual. Y la única manera de que ésta no sea un accidente feliz, un encontronazo con la suerte, es que las organizaciones aprendan a generarla. ¿Qué es lo que deben aprender? A detectar lo que el coronavirus ha dejado impracticable y a corregir todo lo que no abone a la nueva realidad del cambio disruptivo.

Se trata de un asunto de sostenibilidad, concepto que involucra el dinámico juego del cambio y la continuidad. ¿Cómo persistir, sin arriesgar la salud de la población y de la fuerza de trabajo? Una organización que siga haciendo, irreflexivamente, lo mismo que en el pasado… no tendrá futuro. Y una que cambie por cambiar, que no conserve su misión esencial y lo mejor de su tradición y memoria, perderá la brújula de su experiencia y se extraviará en un presente pletórico de lo nuevo e inútil.

¿Qué es lo que debe cambiar? La respuesta es clara: la capacidad de la organización para aprender debe fortalecerse al máximo; es la única manera de enfrentar a la irrupción con la herramienta adecuada, la innovación sostenida. ¿Qué es lo que debe conservarse? El compromiso con la misión esencial de la organización, el buen ambiente de trabajo y la preocupación por cuidar al máximo la salud y seguridad de todos y todas.

Dos problemas nos deben mantener muy alertas. Por un lado, dilucidar la forma de capitalizar en cambios efectivos las intuiciones de los miembros de la organización acerca de cómo trabajar y vivir en tiempos de pandemia, y por el otro, evitar el cinismo y la cerrazón derivados de una retahíla agobiante de cambios sin ton ni son, producto de una visión poco científica y humanista del problema.

De manera muy específica, esto es lo que debemos esperar: el trabajo y el estudio virtual desde casa, la toma de decisiones a distancia por parte de los clientes y la aparición frecuente de cambios disruptivos. Todo esto llegó para quedarse. Será de manera poco uniforme, a tiros y tirones, pero esto será nuestra realidad inmediata. De hecho, ya lo es, pero está madurando.

Reuniones de condóminos por Zoom, idas virtuales al súper, profesores y profesoras diseñando lecciones por Google Classroom… nada de esto es futurología ni ciencia ficción. Es simplemente el presente, el que podríamos llamar, con cierto romántico optimismo, como la innovación en tiempos del coronavirus.

*Maestría en Innovación y Gestión del Aprendizaje, Universidad del Caribe (https://innovaccionaprendizajeyconocimiento.blogspot.com/)

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