Voces Universitarias | Por Dr. Santiago Delaiglesia*
Nuestro cerebro cuenta con un mecanismo de defensa muy útil, pero muy peligroso, para resolver los conflictos internos que surgen cuando lo que hacemos es diferente de lo que consideramos correcto. Este fenómeno, al que Festinger llamó disonancia cognitiva, explica la tensión emocional que existe al mantener dos creencias diferentes sobre el mismo evento. Para resolver este conflicto, tenemos dos opciones posibles: cambiar la creencia (buscar argumentos que aprueben nuestra conducta) o cambiar la conducta.
En nuestra relación con los animales y el medio ambiente, en general, solemos aplicar la primera opción. Cuando unos amigos quedan para comer y surge una plática acerca de lo que están comiendo (unas carnes asadas, por ejemplo) en ocasiones alguien comenta que no deberían comer tanta carne, ya que no es buena para la salud ni para el medio ambiente. En ese momento se genera la tensión, y comienzan a surgir argumentos que respalden teóricamente el consumo de carne. Por ejemplo, uno justificará la presencia de los caninos en su dentadura, otro afirmará que es imprescindible ingerir proteína animal para sobrevivir, y un tercero explicará que las vacas no tienen la capacidad de sufrir.
Supongamos que todos los asistentes a esas carnes asadas son conscientes de dos datos: el informe de la OMS de 2015, en el cual se asocia la carne roja con el desarrollo de cáncer colorrectal; por otro lado, la aceptación por la FAO del hecho de que la agricultura animal es la primera causa de deforestación en el mundo. Estos datos, que son los que generan el conflicto, deberán enmascararse con los nuevos argumentos para poder resolver la tensión generada en esta disonancia.
De la misma manera, cada vez que alguien bebe un vaso de leche de vaca, normalmente piensa en una imagen bucólica de un granjero feliz ordeñando a una vaca (también feliz) que pasta libremente por el campo con su cría. Visualizar la imagen real de la situación (nada feliz) durante su consumo haría bastante difícil la digestión de la leche. La industria ganadera resuelve esta disonancia cognitiva con la presentación de imágenes utópicas en los empaques de sus productos, reforzando esa creencia ficticia de bienestar animal.
Para entender por qué nuestra mente tiende a tomar la primera opción, el cambio de creencia, debemos pensar que el cerebro se rige por un proceso de economía energética que usualmente le lleva a tomar la decisión menos demandante: es más costoso modificar un comportamiento, con todos los patrones motores y estrategias implicados, que una idea.
La segunda opción, cambiar la conducta, también es posible. La búsqueda de coherencia entre lo dicho y lo hecho, lo pensado y lo actuado, es un camino más lento pero integral que sirve como una manera de romper patrones y generar cambios en una sociedad. Como en Matrix, cada uno decide si elige la pastilla azul y se cree lo que quiere creer, o la pastilla roja para ver hasta dónde llega la madriguera del conejo.
*Profesor de asignatura. Departamento de Desarrollo Humano, Universidad del Caribe.