InnovACCIÓN | Por Eduardo Suárez*
A todos lados donde miro hay cambios, fuertísimos cambios: En un condominio, la reunión de su comité de vigilancia discute las acciones necesarias para el bienestar de todos los residentes, pero lo hacen de pie, en un sitio público, guardando dos metros de distancia y con tapabocas de por medio. En un supermercado, la clientela hace fila afuera del local, de manera ordenada y distanciada, con tapabocas, esperando que le tomen la temperatura con un instrumento láser y así poder entrar a realizar sus compras. La universidad local está vacía y cerrada, mientras lleva a cabo una febril actividad en línea para evitar perder el semestre, situación que llena de ansiedad a no pocos docentes y estudiantes.
Las dudas se agolpan en nuestras mentes y, por qué ser tímidos y no reconocerlo, también en nuestros corazones. Cuando las fases más peligrosas de la pandemia hayan pasado, ¿debemos seguir trabajando en oficinas abarrotadas de personas, ambiente proclive al contagio? ¿Es buena idea seguir escalonando los días de trabajo en casa? ¿El trato con los clientes debe seguir siendo físicamente personal? ¿Cómo debemos afrontar una realidad en la que el cambio disruptivo es la única presencia estable?
En medio de la epidemia, lo más importante es la innovación, porque ya nada será igual. Y la única manera de que ésta no sea un accidente feliz, un encontronazo con la suerte, es que las organizaciones aprendan a generarla. ¿Qué es lo que deben aprender? A detectar lo que el coronavirus ha dejado impracticable y a corregir todo lo que no abone a la nueva realidad del cambio disruptivo.
Se trata de un asunto de sostenibilidad, concepto que involucra el dinámico juego del cambio y la continuidad. ¿Cómo persistir, sin arriesgar la salud de la población y de la fuerza de trabajo? Una organización que siga haciendo, irreflexivamente, lo mismo que en el pasado… no tendrá futuro. Y una que cambie por cambiar, que no conserve su misión esencial y lo mejor de su tradición y memoria, perderá la brújula de su experiencia y se extraviará en un presente pletórico de lo nuevo e inútil.
¿Qué es lo que debe cambiar? La respuesta es clara: la capacidad de la organización para aprender debe fortalecerse al máximo; es la única manera de enfrentar a la irrupción con la herramienta adecuada, la innovación sostenida. ¿Qué es lo que debe conservarse? El compromiso con la misión esencial de la organización, el buen ambiente de trabajo y la preocupación por cuidar al máximo la salud y seguridad de todos y todas.
Dos problemas nos deben mantener muy alertas. Por un lado, dilucidar la forma de capitalizar en cambios efectivos las intuiciones de los miembros de la organización acerca de cómo trabajar y vivir en tiempos de pandemia, y por el otro, evitar el cinismo y la cerrazón derivados de una retahíla agobiante de cambios sin ton ni son, producto de una visión poco científica y humanista del problema.
De manera muy específica, esto es lo que debemos esperar: el trabajo y el estudio virtual desde casa, la toma de decisiones a distancia por parte de los clientes y la aparición frecuente de cambios disruptivos. Todo esto llegó para quedarse. Será de manera poco uniforme, a tiros y tirones, pero esto será nuestra realidad inmediata. De hecho, ya lo es, pero está madurando.
Reuniones de condóminos por Zoom, idas virtuales al súper, profesores y profesoras diseñando lecciones por Google Classroom… nada de esto es futurología ni ciencia ficción. Es simplemente el presente, el que podríamos llamar, con cierto romántico optimismo, como la innovación en tiempos del coronavirus.
*Maestría en Innovación y Gestión del Aprendizaje, Universidad del Caribe (https://innovaccionaprendizajeyconocimiento.blogspot.com/)
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