Paz y currículo universitario


 

Voces Universitarias | Eduardo Suárez*   

 “Si comenzamos con nuestra necesidad de supervivencia, inmediatamente veremos que la paz es indispensable para la condición humana”, Johan Galtung.

Hay pocos estados humanos tan deseados como el que llamamos paz. Por la presencia casi ubicua de este vocablo en internet (880 millones de resultados en Google, en 0.31 segundos) cualquiera diría que se trata de un concepto comprendido y asimilado en todas las universidades del mundo: uno profundamente indagado por cuerpos de investigación y bien atendido por docentes comprometidos y capacitados, en asignaturas básicas al alcance no sólo de todo el estudiantado, sino además en cursos de capacitación dirigidos a todos los integrantes de una organización educativa superior. Nada está más alejado de la realidad que la suposición anterior.

La educación para la paz se ha decantado en todo el mundo como una necesidad formativa ineludible, pero continuamente soslayada por las instituciones universitarias, como si fuera un añadido curioso y pintoresco al plan de estudios o una forma de educar desde el entretenimiento y la ludificación. Muchas organizaciones internacionales, como la ONU, la OEA y la CEPAL han emitido ilustrativas guías, dirigidas a los formuladores de políticas educativas, en las que la han señalado como la innovación formativa más importante y necesitada de nuestros tiempos, y sin embargo...

Ciertamente, en las instituciones de educación superior se habla de sustentabilidad, condición y producto de la paz, pero en términos casi exclusivos de protección al futuro mundo económico. Se promueve la equidad de género, pero no se vincula a otros conceptos relacionados con la paz, como la no violencia. Se dan cursos de gestión del conflicto, pero enfocados sólo a la satisfacción de los clientes quejosos o al incremento de la productividad de los equipos de trabajo y no para encarar la desgarradora violencia que nos tiene, a todos y a todas, aterrados.

Todos los esfuerzos mencionados contribuyen no poco a la paz, pero son también una muestra clara de la involuntaria miopía ética, ideológica y psicológica que nos permite a las y los universitarios atender, sin compromiso, una indicación de gobernanza institucional, como la de promover culturas para la paz, sólo para continuar como estábamos, en un lamentable gatopardismo burocrático en que todo cambia para permanecer igual.

Parte de la explicación de por qué no queremos ver más que lo que está educativamente frente a nuestras narices —la excluyente y celosa pertinencia entre los estudios universitarios y la vocación económica de la sociedad— está en la enorme dificultad que tenemos para mirar de frente a la violencia cotidiana, la nuestra, la de todos y todas, y reconocer así que todo ser humano tiene latentes en su interior las semillas de la agresión descontrolada. Quizá es por esto que la filosofía y la psicología para la paz están en pañales y sus investigadores son reacios a alejarse de su torre de marfil cognitiva, temerosos de tomar posturas sociales y políticas comprometidas y públicas.

La conclusión, luego de hacer este institucional examen de conciencia, debería de ser ineludible: o educamos para la paz o convertiremos nuestro mundo en un posmoderno basurero, ensangrentado y lleno de infelicidad. Un escenario así, de Blade Runner, no debe ser nuestro destino forzoso.

*Profesor de Tiempo Completo, Depto. Desarrollo Humano, Universidad del Caribe

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