Sostiene Phillipe Breton, filósofo francés, autor de “La decadencia de la palabra” y “La palabra manipulada”, que aunque aparentemente la sociedad democrática recurre sistemáticamente al debate, a la discusión, a la argumentación, en realidad, hoy, las técnicas que permiten convencer al otro sin violencia son poco conocidas y se enseñan poco. “¿Qué argumentos utilizamos normalmente? ¿Qué diferencia hay entre argumentar y seducir; entre agradar o manipular al otro?” Diferenciar entre la manipulación de las conciencias y la argumentación que respeta la libertad del público pasa de manera insoslayable por la construcción de capacidades de argumentación.
Cimentada en el desarrollo de competencias interactivas, adhesión a los principios del diálogo y un buen uso de la lógica, es decir un uso que evite las estratagemas de la erística, ya señaladas por Aristóteles y luego detalladas paso a paso, entre otros, por Arturito Shopenhauer, la verdadera argumentación parece una ave rara en medio de la jungla de la publicidad, la propaganda y la mercadotecnia, por no mencionar formas de lavado de cerebro aun más irreparables.
Afortunadamente, nuestra Universidad se mueve al son de un modelo educativo y una currícula transversal que procuran formar profesionales con espíritu crítico. Pero ese espíritu necesita hacer gimnasia.
Adquirir el hábito de concatenar ideas, someterlas a interlocución, subir a la palestra y escupir el sapo, es una disciplina necesaria para bien lograr los perfiles de egreso que consideramos pertinentes para nuestros tiempos.
Por su parte, los medios de comunicación, que para sobrevivir necesitan lectores o audiencia, y que, para obtenerlos no siempre respetan la autonomía del público, y no siempre se abstienen de crear visiones desmesuradas o francamente inventivas de los “acontecimientos”, requieren, por contra, para rescatar credibilidad, al menos un mínimo de colaboraciones equilibradas, argumentativas en el mejor sentido del término.
Desde luego, cuentan, para ese flanco de su estrategia existencial, con periodistas profesionales y muy buenas plumas que aportan el sano correctivo de los argumentos. Pero me parece a mí, que las voces universitarias pueden aportar mucho en ese sentido.
Podemos contribuir, en primer lugar, a la función de extensión universitaria, tan importante en nuestros días.
Podemos discutir perniciosos lugares comunes que mantienen injustamente marginados u oprimidos a sectores de nuestra sociedad.
Podemos introducir estándares de respeto a los interlocutores.
*Responsable de Proyectos de Servicio Social, Universidad del Caribe.
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