Equidad, y no igualdad, frente a la catástrofe educativa

  


InnovACCIÓN | Por Eduardo Suárez*

No es lo mismo igualdad que equidad. No son sinónimos. La igualdad puede ser muy injusta. ¿Cuál es la diferencia? Veamos.

El Banco Mundial identificó, al inicio de la pandemia, tres escenarios relacionados con la pérdida de aprendizajes debida al cierre obligado de los sistemas escolares: una reducción del promedio general de aprovechamiento en todos los niveles; el ensanchamiento en la distribución de los logros académicos, ocasionado por los efectos diferenciados de la crisis sobre la población; y un aumento significativo de estudiantes con rendimientos muy por debajo del promedio esperado, causado en gran parte por el abandono de la escuela.

En español de la calle: todos los estudiantes sufrirán las consecuencias, las niñas y los niños más pobres sufrirán más, y muchísimos de ellos y ellas ya no regresarán a la escuela. Es la descripción de la peor catástrofe educativa en la historia reciente.

La conclusión del Banco Mundial es estremecedora: más de la cuarta parte del estudiantado caerá por debajo del nivel mínimo de competencia requerido para poder participar productivamente en la sociedad. Y esto es solo el efecto del cierre de los sistemas escolares.

Por lo anterior, las soluciones a este problema de abrumadoras consecuencias generacionales no deben ser generales, sino diferenciadas. Otra manera de decirlo es que no puede usarse el racero de la igualdad, la misma solución para todos y todas, como la sugerencia de internet gratuito o financiamiento para adquirir computadoras, sino el de la equidad, que propone soluciones especiales para poblaciones que son distintas.

Por ejemplo, debe considerarse que las niñas y los niños con discapacidades casi no son tomados en cuenta en las estrategias de la educación a distancia. Requieren de cierto tipo de medidas, específicas para ellos y ellas. De muy poco les servirán el internet sin costo o poder comprar una tablet con facilidades.

Los aprendices más vulnerables generalmente tienen carencias muy severas en sus habilidades digitales, además de grandes restricciones en su acceso a equipo de cómputo y redes de comunicación. ¿De qué les servirán la gratuidad de conexión o una lap nueva si en su casa nadie puede enseñarles a usarlas?

Lo más probable es que estos niños y niñas, tan desfavorecidos y frágiles, carezcan de un lugar cómodo, con poco ruido y buena iluminación, para poder leer y estudiar, por no decir que tampoco cuentan con un apoyo mínimo de algún adulto para realizar sus tareas. Adultos que deben salir a trabajar en una situación muy riesgosa, que están cuidando a algún familiar contagiado o que están ya enfermos.

Las soluciones no están claras, porque el problema evoluciona de manera muy acelerada y poco previsible. Sin embargo, sí es posible establecer estrategias para enfrentar esta disrupción educativa: los niños y las niñas deben recibir atención prioritaria de la sociedad y el gobierno. Y los más indefensos entre ellos y ellas deben recibir la atención especial que merecen. Requieren no de igualdad, sino de equidad. Es su derecho.

*Maestría en Innovación y Gestión del Aprendizaje, Universidad del Caribe


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