InnovACCIÓN | Por Eduardo Suárez*
Es claro que la educación ha cambiado. Lo ha hecho no por mejorar o renovarse, sino por necesidad. La pandemia, con su exigencia de aislamiento y distancia social, nos ha obligado a educar a distancia y, casi siempre, con la utilización de tecnología. Los resultados no son los mejores, ni se podría esperar que lo fuesen.
Todos los cambios, voluntarios o impuestos, implican asumir una pérdida, sentir ansiedad y tener que realizar un esfuerzo. Es ésta nuestra vivencia actual: lo más probable es que nadie esté cómodo frente a la educación de emergencia obligada por el Covid-19.
Cuando se emprende un cambio acompasado, uno que involucre a grupos de personas, ya sea deseado o no, la respuesta es siempre ambivalente. Es lo que debe esperarse. Sobre todo, en una organización educativa.
Esta natural desconfianza frente a lo nuevo se debe a la poca claridad sobre el significado personal de las transformaciones, lo que ocasiona sentimientos encontrados: entusiasmo por las virtudes imaginadas y resistencia por la incertidumbre frente a los problemas generados al cambiar. Estas emociones se presentarán en todas las personas implicadas, en diferente medida. Algunas serán agentes activos del cambio, otras serán defensoras de lo tradicional, mientras que la mayoría experimentará una mezcla de emociones e ideas.
Esta ambivalencia solo se resolverá cuando el significado profundo del cambio sea compartido por todas las personas que se verán afectadas por él. Ésta es la varita mágica que puede convertir a los líderes en promotores efectivos de la nueva situación.
Los liderazgos autoritarios fracasan al promover los cambios porque pretenden ignorar o anular los naturales impulsos de rechazo a dejar los espacios conocidos. Estos líderes son malos magos, desconocen o desprecian el trabajo de construcción colectiva de significado, que implica discusión, apertura, flexibilidad y mucha tolerancia.
Este tipo de líderes olvida que, al ser los proponentes de la transformación, al haber trabajado intensamente en el diseño y planeación de la nueva situación deseada, han tenido ya el tiempo suficiente para desarrollar un sentido profundo de lo que proponen, y que este significado no se puede transferir, ni imponer o comunicar, sino que se debe construir por todos los afectados. El decreto, la orden y la amenaza son lo contrario a la potente varita mágica de los liderazgos expertos y exitosos.
Cuando se intenta una imposición por medio de la fuerza de la autoridad, el resultado es casi siempre contraproducente: quienes se sienten amenazados por un cambio que no comprenden se ven en la necesidad de defender su manera de pensar y vivir. Y lo harán tanto de manera activa, si el ambiente es de libertad, o pasiva, si no lo es. Este último caso es el peor de los escenarios, porque parecerá que se acata la orden de cambiar mientras que se rechaza secretamente. Es esta la terrible historia de la mayoría de las reformas educativas que terminan en la superficie, con la volatilidad de lo cosmético.
Debemos transitar del cambio obligado por el virus, la educación de emergencia, a una nueva situación educativa que saque el mayor provecho de esta crisis. Esperemos que los líderes educativos de Quintana Roo sean buenos magos y que usen la varita mágica del significado compartido, construido con paciencia y determinación estratégicas.
*Maestría en Innovación y Gestión del Aprendizaje, Universidad del Caribe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario