Sesgos cognitivos en la argumentación


Voces Universitarias | Víctor Cantero Flores*

 El pensamiento crítico es uno de los objetivos educativos más valorados en la formación universitaria. En distintos contextos académicos, se realizan grandes esfuerzos para eliminar actitudes discriminatorias y prejuiciosas entre los estudiantes. El ideal buscado parece ser que, quien piensa críticamente lo hace a partir de razones, argumentos y evidencias, no de prejuicios. Sin embargo, esta visión del pensamiento crítico y la argumentación como herramientas para erradicar la discriminación resulta, en el mejor de los casos, simplificada e incompleta.

La existencia de los llamados sesgos implícitos plantea serios desafíos a las estrategias educativas que promueven el pensamiento crítico como antídoto contra la discriminación. Estos sesgos afectan los fundamentos mismos de la racionalidad, pues socavan la capacidad de los individuos para deliberar de manera justa, abierta y reflexiva. Además, cuestionan la eficacia de enseñar pensamiento crítico como vía para desarrollar mejores prácticas de razonamiento. El sesgo implícito influye de forma sutil y persistente en nuestras prácticas argumentativas, distorsionando la manera en que los argumentos se formulan, evalúan y reciben. Se manifiesta en patrones de razonamiento falaces, donde estereotipos, prejuicios o supuestos no reconocidos llevan a conclusiones erróneas o injustificadas, incluso cuando las premisas parecen válidas a primera vista.

Un ejemplo elocuente de esta influencia lo ofrece Jesse Jackson, incansable defensor de los derechos civiles en Estados Unidos, quien confiesa: “No hay nada más doloroso para mí, en esta etapa de mi vida, que caminar por la calle y oír pasos detrás de mí, y pensar que me van a asaltar. Y luego voltear, ver que es un hombre blanco, y sentir alivio”.

Este tipo de testimonios nos obliga a replantear la enseñanza del pensamiento crítico y la argumentación. No puede reducirse a la aplicación de técnicas formales ni a un ejercicio puramente intelectual. Es necesario desarrollar estrategias pedagógicas específicas para mitigar los efectos del sesgo implícito: aumentar la conciencia metacognitiva, fomentar la toma de perspectiva, promover la reflexión estructurada sobre el propio razonamiento y fortalecer reformas institucionales que impulsen la diversidad y la responsabilidad discursiva.

Más importante aún, necesitamos guiar a nuestros estudiantes a enfrentarse con sus propios sesgos, lo que implica llevarles a entablar un diálogo crítico interno constante.

*Profesor-Investigador, Departamento de Desarrollo Humano, Universidad del Caribe

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