Priones culturales: cuando las ideas enferman


Voces Universitarias | Dr. Víctor Peralta del Riego*

 Pensemos en la palabra “libertad”. El análisis clásico de Isaiah Berlin distingue dos sentidos: la libertad negativa (ausencia de coacción externa) y la positiva (autonomía o autodominio). Muchos filósofos debaten cuál es la “verdadera”, pero propongo al lector suspender el juicio moral. Imagine por un momento que la filosofía se parece a la ingeniería química: diseñar un concepto es como diseñar una proteína que, al liberarse en una mente activa, tendrá efectos fisiológicos concretos.

Las palabras son vehículos que nos "forman". Así como los virus afectan nuestra conducta biológica, los conceptos afectan nuestra conducta intelectual, emocional, y hasta la social.

Recuerdo a un tío que en los setenta ironizaba sobre la libertad en el mundo Occidental: “Eres libre de comprar yates y aviones, ¡pero a ver, págatelos!”. Es una crítica potente: una sociedad con libertad negativa garantizada, pero sin capacidad económica, se siente—y remarco, se siente— encarcelada—todavía.

Si la filosofía diseña conceptos, debemos admitir que hay malos diseños. Algunos actúan como venenos o, peor aún, como priones. Biológicamente, los priones son proteínas mal plegadas que el cuerpo reconoce como propias, burlando muchas de las defensas del sistema inmunológico. Se replican convirtiendo a otras proteínas sanas en copias defectuosas, creando una reacción en cadena que destruye el tejido en el que se acumulan, como en la enfermedad de las vacas locas. Son incurables precisamente porque parecen "nuestras".

¿Qué pasa cuando inoculamos un "concepto priónico"? Es una idea que parece funcional porque simplifica la realidad, pero que descompone nuestra red de creencias. Una de estas enfermedades es la idiocia. Para los griegos, el idiotes era quien juzgaba solo desde su interés privado. El idiota moderno entiende el "yo", pero no procesa que una medida que le perjudica personalmente puede ser vital para la armonía o la supervivencia del todo. Su mente ha reducido la realidad a su propio ombligo.

Pero el prion muta y presenta una variante opuesta: el concepto "zombie". Es el colectivismo irreflexivo del que advertía Bukowski en El genio de la multitud. Son masas que predican Amor y Paz pero carecen de la capacidad individual para ejercerlos. Si el idiota enferma por aislamiento egoísta, el zombie enferma por disolución en la turba. Ambos sufren del mismo mal de origen: el reduccionismo. Creen que la verdad es solo una parte (el Yo o el Nosotros), amputando la complejidad humana.

Aquí es donde la filosofía se vuelve urgente. Si la cultura es el ecosistema donde circulan estas proteínas, nuestro sistema inmunológico debe ser el razonamiento riguroso. Ese que es capaz de sostener la tensión entre la libertad individual y la responsabilidad colectiva sin colapsar. Dado que el prion engaña por su apariencia, es difícil detectarlo. Un modo es aplicando rigurosamente el adagio: “por sus frutos los conoceréis”. Si el fruto de un concepto es la soledad del idiota o el odio del zombie, estamos ante una idea enferma que no deja rastros visibles en el tejido del cerebro. La tarea del pensamiento crítico es afinar ese sistema inmune para distinguir, antes de que sea tarde, entre la proteína que nutre y el prion que envenena.

*Profesor-Investigador, Depto. Desarrollo Humano, Universidad del Caribe

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