La educación virtual tiene una importancia trascendental, una que fue ignorada por las instituciones formativas, las que descuidaron su desarrollo al considerarla una opción interesante y nada más. Estamos pagando las consecuencias de haber perdido el tiempo al no desarrollar sistemas educativos virtuales completos, los que en este momento tendrían una ventaja singularmente significativa para nuestro país.
Parece que la trascendencia de la educación virtual es su segundo apellido: “a distancia”. Y que por eso es valiosa: necesitamos estar alejados y educados, lo que resulta un problema difícil de resolver. Todo indica, además, que se piensa que al regresar a la “nueva normalidad” regresaremos también a nuestras viejas costumbres pedagógicas, con clases presenciales y docentes expositivos. Quizá esto ya no pueda pasar.
La verdadera importancia de la educación virtual no radica en su posibilidad de distanciar a profesoras y estudiantes. Es capital porque parte de la cultura de nuestra juventud, la generación Z, que es cien por ciento nativa digital. No es necesario decir que sus docentes no lo son. Debemos educar desde la tecnología de la época, la que usan los estudiantes todo el tiempo: sus teléfonos celulares, tabletas, pads y computadoras.
Además, porque obliga a hacer planteamientos muy bien hechos. Para ser diseñador de actividades educativas en línea no basta con dominar el arte de enseñar; es necesario poseer una formación profesional completa. Una cosa es estar frente a un grupo en un aula y confiar en la propia cultura y experiencia, y muy otra tener que diseñar el aprendizaje que han de construir los jóvenes desde sus casas y frente a sus computadoras. En medio de una pandemia.
¿Estamos en el glorioso amanecer del e-learning? De ninguna manera. Lo que está frente a nuestros ojos, y frente a nuestros hijos, es una educación de emergencia. Su consigna es: haz lo que puedas con lo que tengas, porque nos tenemos que ir a encerrar ya.
Esto es un grave problema, uno que requerirá intervenciones fuertes. La razón es sencilla de dilucidar: la educación de emergencia no es de la calidad necesaria y puede actuar como vacuna contra la verdadera educación virtual, la que sí se fundamenta en la aplicación de una pedagogía científica. Los estudiantes recordarán su experiencia con la educación de emergencia y se mostrarán reacios, faltos de motivación. Hay que evolucionar con rapidez para evitar esto.
¿Por qué es de baja calidad? Por su abuso de las videoconferencias. Esta tecnología es insustituible en el e-learning, pero como tarea esclava de las actividades de los aprendices. Escuchar, amodorrado y encerrado, a una cabeza parlante en un video no es una actividad significativa en sí misma. Pregúnteselo a cualquier estudiante y averigüe sus trucos para ausentarse, al desconectar su cámara y sonido, lo que lo hace invisible en la multitud de treinta o cuarenta mini videos que el instructor es incapaz de monitorear mientras perora.
Lo que una educación virtual de calidad necesita con urgencia es el diseño de paquetes completos de instrucción: objetivos comprensibles por el aprendiz, instrucciones claras y completas de las actividades, todos los recursos necesarios (como links a páginas web o documentos en PDF), más las indicaciones que el estudiante requiere para comprender cómo lo evaluarán. Todo, para ser realizado cuando el estudiante pueda y quiera, y no cuando lo citen a mirar y escuchar una pantalla.
Debemos empezar a enderezar el rumbo del barco educativo virtual. Para que la educación no naufrague.
*Maestría en Innovación y Gestión del Aprendizaje, Universidad del Caribe
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