InnovACCIÓN | Marcela Gleizer*
En la primera entrega de esta serie sobre la enseñanza de temas controversiales presentamos los argumentos del Consejo de Europa en favor de incorporarlos dentro del currículo escolar. En una sociedad cada vez más polarizada -valga como ejemplo la reciente elección en nuestro vecino del norte- la escuela tiene la responsabilidad de enseñar a discutir sobre los temas que dividen a la opinión pública de manera constructiva. Si no se les brinda a las y los estudiantes la oportunidad de externar sus preocupaciones sobre temas controversiales en el salón de clase, dentro de un ambiente seguro y guiados por su docente, ¿dónde más aprenderán a hacerlo? ¿Cómo adquirirán las habilidades para interesarse por lo que otras personas sienten y piensan? ¿O las necesarias para establecer un diálogo que no se limite a la descalificación del oponente? La enseñanza de temas controversiales es fundamental para preparar a las y los estudiantes para la participación democrática.
Sin embargo, adelantábamos, enseñar temas controversiales tiene sus dificultades pedagógicas. En relación al manejo de grupo, por ejemplo, es necesario alentar a los estudiantes a que escuchen otros puntos de vista, que respeten a sus compañeros con ideas diferentes y que aprecien sus opiniones. Además, se requiere mantener el control si la discusión sube de tono, para que todos puedan expresarse libremente y, en el escenario opuesto, ser capaz de incentivar la participación cuando prevalece la apatía o la indiferencia. También está la cuestión de cómo proteger la sensibilidad de estudiantes afectados directamente por el tema. Y en términos de la información, el reto es presentarla de manera balanceada, haciendo justicia a las distintas posiciones. También cabe preguntarse por el rol de las propias creencias y valores del docente. ¿Deben mantenerse al margen para erigirse en un árbitro “neutral” o expresarse abiertamente?
No hay recetas únicas sobre la mejor manera de enseñar temas controversiales. Aún así, y sin ánimos de ser exhaustivos, compartimos en este espacio algunas estrategias y herramientas que pueden orientar a quienes incursionan en estos contenidos.
En primer lugar, es importante que el docente esté familiarizado con las distintas posiciones alrededor del tema controversial, para que anticipe el tipo de discusiones que se pueden suscitar y esté preparado para manejarlas. También es recomendable contar con una idea general acerca de lo que piensan nuestros estudiantes. Una breve encuesta anónima que registre posiciones “a favor” o “en contra” de la cuestión a tratar nos puede dar una rápida idea acerca del nivel de polarización del grupo. Esto, a su vez, permite definir qué rol conviene al docente jugar en cada caso: el de un moderador o moderadora neutral si el grupo está equitativamente dividido, el de “abogado del diablo” que cuestione e incentive la participación en caso de que prevalezca una posición homogénea, o el de miembro activo del equipo de una posición minoritaria, para “equilibrar” la discusión y asegurarse que la minoría tenga espacio para hacerse escuchar.
Por otra parte, para que un debate o reflexión acerca de un tema controversial tenga éxito y resulte valioso e interesante, es ideal que también los estudiantes se preparen con anticipación: el análisis previo de textos, videos, y demás recursos les permitirá distinguir las diferencias entre las posturas alternativas y tomar una posición personal. Nuevamente, el rol del docente es fundamental, eligiendo materiales didácticos que aclaren y enriquezcan la comprensión de los temas y aportando claves de lectura para identificar simplificaciones o sesgos.
Otro aspecto fundamental para propiciar dinámicas exitosas es definir previamente el formato con el cual se va a discutir el tema en cuestión. Mantener el diálogo dentro de parámetros preestablecidos da certidumbre y minimiza el riesgo de que los estudiantes interpreten que el docente no está siendo imparcial. Aquí hay muchas posibilidades, de acuerdo al tema, el grupo y el estilo personal de enseñar. Las participaciones, por ejemplo, pueden ser orales o escritas. Las primeras tienden a ser más apasionadas y generan más involucramiento. Las segundas exigen más reflexión, y pueden ser una buena alternativa para bajar la tensión o para evaluar razonamientos con mayor atención. Ambas pueden intercalarse en distintos momentos. Los estudiantes pueden defender su propia posición, lo cual motiva la participación; o la postura rival, que los invita a ponerse en los zapatos del otro y a ver las cosas desde nuevas perspectivas. Las participaciones pueden seguir un orden preestablecido, espontáneo o aleatorio (utilizando aplicaciones como “the wheele of names”). Cada una tiene sus ventajas y desventajas: la primera fomenta mayor preparación de las intervenciones, la última que todos estén atentos e involucrados porque pueden ser los siguientes en tener que intervenir.
Como puede observarse, hay muchas decisiones que tomar. Todas implican trabajo de planificación y algún tipo de riesgo. Muchas veces las cosas no salen como las planeamos. Pero otras quedamos sorprendidos y esperanzados al ver el nivel de reflexión y diálogo que pueden alcanzar nuestros estudiantes. Es por momentos como estos que la apuesta por los temas controversiales vale la pena.
* Maestría en Innovación y Gestión del Aprendizaje, Universidad del Caribe.
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