InnovACCIÓN | Por Eduardo Suárez*
La escuela parece más viva que nunca. Pregúnteles a padres y madres de familia, quienes ahora son forzados auxiliares pedagógicos de sus hijos e hijas. Sin embargo, la institución despide un hedor malsano… Parafraseando didácticamente a Marcelo, en Hamlet: algo huele muy mal en la escuela.
Tradicionalmente, los encargos de esta institución son variados y ricos: actualizar las potencialidades humanas, formar en ciudadanía, capacitar seres productivos… Estas acciones pueden verse como aspiraciones o como objetivos evaluables.
Bajo la primera óptica, la motivacional, se ven con anhelo; pero bajo la segunda, estratégica, se leen mejor como cuestionamientos: la escuela… ¿actualiza las potencialidades humanas?, ¿forma en ciudadanía?, ¿capacita para la productividad?
La duda surge inevitable frente a la crisis actual, en que la educación está totalmente trastocada por la pandemia. Debido a ella, nos enfrentamos a la pérdida de los espacios de encuentro, de intercambio y de socialización en donde decimos que se cultiva el futuro: la escuela.
La COVID-19 ha puesto el dedo en esta llaga educativa: la institución encargada de flexibilizarnos para una mejor adaptación, que es lo que quiere decir aprender, desde hace mucho se muestra tiesa y mal adaptada. Para entenderlo debemos analizar qué está haciendo frente al adversario sanitario que la amenaza. ¿Qué ha enseñado y qué ha aprendido últimamente la escuela?
Según Ángel Díaz Barriga, catedrático del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, de la UNAM, la escuela lleva tiempo atrapada en el formalismo (que no es otra cosa que el engaño de las apariencias) de planes y programas de estudio, de aprendizajes, de rendición de cuentas y del aseguramiento de su propia calidad.
Dicho de otra forma, en palabras del investigador: “…la escuela se ha centrado en cumplir un horario, en completar todos sus rituales de ingreso al salón de clase, en estar en el pupitre, en tomar los apuntes, traer las tareas y presentar los exámenes. A eso se ha reducido la escuela de nuestros días. Ya no es el espacio donde el alumno conoce y analiza los problemas de su realidad, ni donde intercambia ideas con sus pares, presenta argumentos, razona, discute e indaga.”
Según este investigador mexicano la pandemia debería ser el foco obligado de nuestros aprendizajes actuales. La razón es obvia: se trata de una circunstancia excepcional para aprender. Tiene las posibilidades de no sólo enseñar ciencia y técnica, como todo lo relacionado con la salud y las vacunas, sino además de formar en ciudadanía, con la promoción de solidaridad ante una crisis, y capacitar en la productividad, frente a los inacabables retos empresariales que la enfermedad necesariamente ha traído consigo. Pero este no es el enfoque actual de la escuela.
Lo que ella ha hecho es extenderse sin consideración a todos los hogares para imponer su propia agenda. Ante la crisis sanitaria, la institución se preocupa por seguir siendo la misma de siempre, en su divorcio con la realidad, y por continuar, en línea, lo que ya estaba haciendo antes de esta magnífica oportunidad para promover aprendizajes reales, valiosos y urgentes, de muy alto significado personal y social.
Lo que apesta a podrido no en Dinamarca, como en la obra de Shakespeare, sino en nuestro país, es la muerte por gangrena de un sistema escolar viejo y caduco. Para que la escuela viva es necesario que primero muera. Así podremos proclamar que la vieja escuela ha muerto y que viva la nueva escuela, sin que sea una historia de traiciones y fantasmas.
*Maestría en Innovación y Gestión del Aprendizaje, Universidad del Caribe.
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