Cada año, el Día Internacional de la Paz se celebra en todo el mundo el 21 de septiembre. La Asamblea General de la ONU dedica esta fecha a fortalecer los ideales de la paz, mediante el respeto de 24 horas de no violencia y alto el fuego. Este año el tema es “Acciones para la paz: nuestra ambición para los #ObjetivosMundiales”.
Se trata de un llamado a la acción que reconoce nuestra responsabilidad individual y colectiva de promover la paz, lo que contribuye a la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), considerando que alcanzarlos creará una cultura de paz para todos.
Y es que la finalidad de los ODS es acercarnos a sociedades más pacíficas, justas e inclusivas, libres de miedo y violencia. Sin embargo, la ONU considera que no se alcanzarán dichos objetivos sin la contribución y participación de una amplia gama de agentes, entre ellos los 1,200 millones de jóvenes que habitan el mundo en la actualidad.
Al analizar el mensaje, nos damos cuenta de que la paz es mucho más que ausencia de la guerra y que no sólo las grandes potencias o los gobiernos en conflicto bélico son los que pueden hacer algo. Si hablamos de sociedades más pacíficas, justas e inclusivas, libres de miedo y violencia, nos damos cuenta de que todas las personas podemos contribuir, desde nuestro ámbito de influencia, incluso, desde nuestra propia familia.
Y es que, ¿habrá paz en una familia que vive violencia? ¿Las hijas e hijos de esa familia se sentirán seguros y sin miedo? ¿Podemos decir que vivimos en paz en nuestra ciudad? ¿Vivirán en paz las personas trans, cuando ni siquiera pueden ir a un baño público sin temor a que les saquen a empujones? ¿Habrá paz en un barrio pobre, donde las adicciones y el desempleo son el único pan que comen cada día? La violencia que se genera en ese barrio, ¿se quedará ahí o saldrá hacia otras zonas en forma de asaltos, narcotráfico o balaceras?
Recientemente la SEP instruyó a las Instituciones de Educación Superior a implementar programas de cultura de paz en todas las universidades, entendiendo que la paz no es sólo la ausencia de la guerra, sino la resolución pacífica de conflictos. Y es que los conflictos son inherentes al ser humano, la violencia no. De esta manera, los programas de Cultura de Paz incluyen programas de autocuidado, bienestar físico, atención emocional, arte y cultura, etc.
En la Universidad del Caribe se implementaron una Ludoteca y una Sala de Lactancia para apoyar a las estudiantes o colaboradoras que son madres; además se trabaja un acuerdo de horarios flexibles para que las y los colaboradores tengan equilibrio entre su vida laboral y familiar, considerando que así mejorarán su salud física y emocional, con la consecuente mejora en la atención al público y del clima laboral.
Y ya que hablamos de justicia e inclusión, colectivas feministas como GOBERNANZA MX trabajan todos los días por defender los derechos de las mujeres y protestar por la violencia de género y los feminicidios, que tristemente, no descienden.
Así que la invitación para este 21 de septiembre es reflexionar como podemos, cada quién desde el sitio donde estamos, con lo que sí tenemos, con lo que sí hay y con lo que sí podemos, contribuir a construir la paz.
*Integrante del Comité de Igualdad, Universidad del Caribe.
Voces Universitarias | Eduardo Suárez*
“Si comenzamos con nuestra necesidad de supervivencia, inmediatamente veremos que la paz es indispensable para la condición humana”, Johan Galtung.
Hay pocos estados humanos tan deseados como el que llamamos paz. Por la presencia casi ubicua de este vocablo en internet (880 millones de resultados en Google, en 0.31 segundos) cualquiera diría que se trata de un concepto comprendido y asimilado en todas las universidades del mundo: uno profundamente indagado por cuerpos de investigación y bien atendido por docentes comprometidos y capacitados, en asignaturas básicas al alcance no sólo de todo el estudiantado, sino además en cursos de capacitación dirigidos a todos los integrantes de una organización educativa superior. Nada está más alejado de la realidad que la suposición anterior.
La educación para la paz se ha decantado en todo el mundo como una necesidad formativa ineludible, pero continuamente soslayada por las instituciones universitarias, como si fuera un añadido curioso y pintoresco al plan de estudios o una forma de educar desde el entretenimiento y la ludificación. Muchas organizaciones internacionales, como la ONU, la OEA y la CEPAL han emitido ilustrativas guías, dirigidas a los formuladores de políticas educativas, en las que la han señalado como la innovación formativa más importante y necesitada de nuestros tiempos, y sin embargo...
Ciertamente, en las instituciones de educación superior se habla de sustentabilidad, condición y producto de la paz, pero en términos casi exclusivos de protección al futuro mundo económico. Se promueve la equidad de género, pero no se vincula a otros conceptos relacionados con la paz, como la no violencia. Se dan cursos de gestión del conflicto, pero enfocados sólo a la satisfacción de los clientes quejosos o al incremento de la productividad de los equipos de trabajo y no para encarar la desgarradora violencia que nos tiene, a todos y a todas, aterrados.
Todos los esfuerzos mencionados contribuyen no poco a la paz, pero son también una muestra clara de la involuntaria miopía ética, ideológica y psicológica que nos permite a las y los universitarios atender, sin compromiso, una indicación de gobernanza institucional, como la de promover culturas para la paz, sólo para continuar como estábamos, en un lamentable gatopardismo burocrático en que todo cambia para permanecer igual.
Parte de la explicación de por qué no queremos ver más que lo que está educativamente frente a nuestras narices —la excluyente y celosa pertinencia entre los estudios universitarios y la vocación económica de la sociedad— está en la enorme dificultad que tenemos para mirar de frente a la violencia cotidiana, la nuestra, la de todos y todas, y reconocer así que todo ser humano tiene latentes en su interior las semillas de la agresión descontrolada. Quizá es por esto que la filosofía y la psicología para la paz están en pañales y sus investigadores son reacios a alejarse de su torre de marfil cognitiva, temerosos de tomar posturas sociales y políticas comprometidas y públicas.
La conclusión, luego de hacer este institucional examen de conciencia, debería de ser ineludible: o educamos para la paz o convertiremos nuestro mundo en un posmoderno basurero, ensangrentado y lleno de infelicidad. Un escenario así, de Blade Runner, no debe ser nuestro destino forzoso.
*Profesor de Tiempo Completo, Depto. Desarrollo Humano, Universidad del Caribe
Voces Universitarias | Dr. Pedro Moncada Jiménez*
Hace un par de décadas, cuando el cambio climático era una posibilidad lejana, en broma decíamos: mientras en el norte sean ricos y haga frío y en el sur más necesitados y haga calor, el modelo de turismo de sol y playa funcionará, advirtiendo: ¡mientras no nos alcance el cambio climático!
Hoy, desafortunadamente, el cambio climático se presenta como una realidad, el último reporte del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (2023) señala un aumento global de la temperatura del 1.1 o C de 2011 a 2020 en comparación con el periodo de 1850 a 1900, acercándonos peligrosamente al límite marcado de 1.5 o C, con mayor aumento en la superficie terrestre que en los océanos.
Muchos destinos en el mundo lo han experimentado este verano, las temperaturas extremas de los países tradicionales para el verano en Europa: Italia y España, sufrieron olas de calor que hacía una tortura los típicos paseos en sus sitios y ciudades históricas; en Grecia, además, se desataron incendios devastadores que pusieron en riesgo a miles de turistas, lo mismo pasó en otros destinos alrededor del mundo como: Turquía, California, Hawái. Así, el turismo del verano de la recuperación después de la pandemia, se enfrentó a nuevos desafíos.
Pero no solo es el turismo de verano; menos dramático, pero en invierno también se han dejado sentir los efectos del cambio climático: inviernos más cálidos están afectando las temporadas de esquí, también el patrón de desplazamientos durante los meses fríos del hemisferio norte buscando climas menos duros, al menos unos días o semanas al sur, se atempera. Lo que puede afectar destinos como el Caribe Mexicano que tienen en el invierno su temporada alta.
Los océanos están sufriendo a nivel global con el calentamiento, el sargazo en el caribe y las afectaciones a las barreras coralinas (por mencionar dos de los grandes atractivos turísticos) lo están reflejando.
Como todo cambio, la tragedia de unos destinos se convierte en la oportunidad de otros, en Europa países como República Checa, Dinamarca, Irlanda y Bulgaria, más al norte y más frescos en verano se prevén como los ganadores de quienes repiensen sus futuras vacaciones veraniegas en Europa, según advierte la Comisión Europea de Viajes (CET).
Así, una característica central del turismo como es la temporalidad debida a las estaciones del año, tenderá a sufrir cambios por los primeros efectos del cambio climático, lo que se reflejará en el patrón estacional de cada destino turístico, con una posible tendencia a bajar los picos y redistribuir en las temporadas medias y bajas.
Eso es todo por esta ocasión, recuerda visitar el blog disponible en la página web de la Universidad del Caribe (www.unicaribe.mx) donde podrás leer esta y anteriores colaboraciones.
*Director del Centro de Investigación Interinstitucional Aplicada, Unicaribe.