Voces Universitarias | Dra. Carmen L. Cervantes*
El pasado fin de semana navegando por Instagram me encontré con un post que pregonaba la receta para el éxito: “inicia tu día a las 4 am, haz ejercicio todos los días, medita mínimo una hora, sal menos de fiesta, rodéate de personas de alto valor y no te quejes nunca…”. Acto seguido, te ofrecían un método para mejorar tu vida por 300 dólares.
Entre una mezcla de asombro y consternación, reflexioné sobre el avance de la humanidad hacia un “capitalismo espiritual”, y es que a partir de la pandemia y el surgimiento de una economía del autoencierro, nuestras preferencias de consumo se volcaron hacia mercancías inmateriales a través de plataformas digitales y de streaming.
El sistema capitalista se ha propuesto explotar todas las experiencias de bienestar y calidad de vida. Hoy con tan solo un click es posible agendar una sesión de yoga, contactar con un coach de vida, encontrar un grupo de meditación, aprender alimentación ayurvédica o alcanzar la sanación espiritual. Nos hemos convertido en consumidores de nuestra propia existencia.
Sin embargo, una vez más estamos ante una paradoja del capitalismo. En una sociedad que opera bajo una lógica de competencia y necesidad de crecimiento constante, los seres humanos se miden en función de sus logros y el nivel de sus posesiones materiales. Como consecuencia de una positividad tóxica, la autoexplotación en aras de la autorrealización personal se ha convertido en la norma.
Esto ha traído como consecuencia un incremento considerable de padecimientos como depresión, ansiedad, trastornos de la personalidad y una larga lista de enfermedades psíquicas. Al respecto, considero que hay una relación directa con la alteración de los ritmos biológicos de los seres humanos y los ciclos de la naturaleza. En afán de maximizar la acumulación de capital, nos hemos convertido en una “sociedad del cansancio”, término acuñado por el filósofo surcoreano Byung-Chul Han.
Pero no hay de que preocuparse, el mismo capitalismo tiene la “solución” al vacío existencial y a los males que aquejan a la sociedad moderna: la mercantilización de la evolución de la conciencia. Sin embargo, hay que entender que no hay recetas mágicas, y si bien, podemos incorporar cambios en nuestras rutinas, cada individuo tiene momentos de mayor o menor vitalidad, más productivos, menos fértiles, etc., que generalmente están asociados con los ciclos orgánicos y no con las fases de acumulación de riqueza.
Hagamos una analogía, pensemos que, sin intervención alguna, los árboles crecen a un ritmo diferente en función de su propia naturaleza. Un roble puede tardar hasta 200 años en alcanzar su máximo desarrollo. En este sentido, vayamos más despacio y alineémonos al propósito más fundamental de nuestra existencia mediante la práctica de la reciprocidad, la solidaridad, la colectividad, y no a través de las trampas del capitalismo de la espiritualidad.
*Profesora-Investigadora, Depto. Economía y Negocios, Universidad de Caribe.
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