Voces Universitarias | Dra. Carmen Lilia Cervantes Bello*
La vida pocas veces se presenta como una línea recta. Constantemente vivimos momentos de alegría luminosa junto a pérdidas dolorosas, certezas que conviven con dudas persistentes y sueños empañados por el miedo; frente a tanta confusión, nos obligamos a mostrar una fortaleza inquebrantable. Sin embargo, el tejedor que habita en nuestro interior es dueño de otra verdad: en la trama de la vida, la fuerza no radica en eliminar lo opuesto, sino en aprender a entrelazarlo.
Desde esta perspectiva, todos los hechos que experimentamos, sin importar su naturaleza, son valiosos aportes al telar de la vida. El fracaso deja un hilo áspero que, mezclado con la suavidad de la esperanza, genera contraste, mientras que los recuerdos felices iluminan los tonos sombríos. Así, lo que a simple vista parece un conjunto de hilos sueltos o nudos imposibles de desatar, en realidad forma un patrón de colores y texturas que pertenecen a un mismo tejido.
En este sentido, el tejedor interior no discrimina entre lo bello y lo incómodo, entre la luz y la sombra. Al aceptar la verdadera naturaleza de las cosas, aprende a cooperar con los hilos del universo y con el imparable movimiento de la evolución, en lugar de resistirse a él. Es en este punto intermedio donde reside la creatividad: crear también significa mirar atrás, tomar los retazos de la memoria y tejer con ellos una historia que dé sentido a nuestra existencia y a la de quien nos rodea.
No obstante, el tejido solo se fortalece cuando priorizamos la conexión con nosotros mismos y con los demás. Esa es la verdadera acción que da consistencia: reconocer que somos parte de una estructura mayor, vivir en unidad con la vida y poner límites a todo aquello que deshumaniza y genera separación.
Si cedemos al aislamiento, al egoísmo o a la indiferencia, lo que se debilita no es solo nuestro propio tejido, sino también la red que nos sostiene a todos.
Cuando nos damos permiso de entrelazar lo roto con lo bello, lo íntimo con lo colectivo, lo frágil con lo esencial, descubrimos que nuestro interior guarda un tejedor paciente. Un tejedor que, día a día, borda sentido sobre el lienzo de nuestra existencia, recordándonos que ningún hilo se pierde y que, en el tapiz de la vida, la fuerza está en la unión.
Desarrollar al tejedor que habita en nuestro interior es un trabajo diario de cuidado y creatividad. Cada gesto consciente, cada límite respetado y cada acto de conexión fortalece la trama de nuestra vida y nos permite participar con mayor plenitud en la red que nos une a todos.
*Profesora-Investigadora, Depto. Economía y Negocios, Universidad del Caribe.
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